Editorial. La proscripción, las palabras y las cosas

Existe una especie de mal de época que es la desconexión entre las palabras y las cosas. Quizá tenga que ver con esa ideología posmoderna que acompañó en la esfera ideológica lo que el proyecto neoliberal hizo en el terreno social y económico.

Los libertarianos llevaron estas tijeras al extremo ¿no? Impulsan un proyecto autoritario en nombre de la libertad; llevan adelante un programa de desigualdad absoluta con el discurso de el respeto y la igualdad de los individuos ante la ley o postulan la subordinación sin límites a las ambiciones del capital en nombre de la emancipación del Estado. O sea, en el caso de Javier Milei y su camarilla no es una desconexión o una distorsión, sino directamente transforman el significante en algo diametralmente contrario al significado.

Ahora, existe un amplio espectro de referentes o partidos que están en la presunta “oposición” a Milei, pero su práctica política no es proporcional a las denuncias que hacen. A ver, dicen lo que todos vemos: que es un gobierno que lleva adelante un plan de destrucción en todas las esferas de la vida social: en la educación, en la salud, con los jubilados y jubiladas, contra las instituciones que hacen ciencia. Bueno, contra todo. Sin embargo, a la hora de decir “qué hacemos”, proponen: bueno presentamos un proyecto en tal comisión; hicimos tal denuncia judicial o nos tuiteamos encima.

Muchos de esos, especialmente los que venían siendo tanteados como eventuales integrantes de un “frente antifascista” contra Milei (por ejemplo, Martín Lousteau) ante del fallo Corte Suprema que proscribió a Cristina Kirchner, mostraron la hilacha para decirlo académicamente. Es decir, se alinearon con un Poder Judicial que hizo una intervención directa sobre el sistema político, que es el brazo ejecutor de un bloque de poder. Dije Lousteau, como podría decir Pullaro (el gobernador de Santa Fe), Carrió o Margarita Sztolbizer.

¿Qué quiero decir? Que venían “denunciando como un campeón” porque era un gobierno que avanzaba “contra la democracia”, porque era violento, usaba métodos autoritarios, ahora ante un fallo que —como afirmamos la semana pasada— no tiene nada que ver con la corrupción, sino que es una intervención política, se olvidaron de todo y respaldaron la resolución de los supremos porque creen que los favorece en su cálculo de pequeña política. O porque en realidad tienen mucho más acuerdo (de contenido, de fondo) —con el bloque de poder que estuvo detrás del fallo o con Milei mismo— de lo que intentan mostrar en sus declaraciones públicas.

Ahora, del lado del peronismo, cuya referente (Cristina Kirchner) es la víctima de la proscripción, también pasa algo parecido. En ese espacio escuchamos voces que dicen que “esto ya no es un régimen democrático” porque no se lo puede considerar de esa manera cuando se proscribe a la principal dirigente de la oposición (y esto es bastante cierto), hasta dirigentes que aseguran que estamos entrando en una dictadura u otros que dicen que ya tienen formas fascistas (ese debate se viene desarrollando en este programa).

Si esto es así, si realmente creen (o creemos) que estamos ante un hecho muy grave, ante una avanzada violenta contra las libertades democráticas, ¿cuál es la hoja de ruta? ¿cuál es el “plan de lucha” para que esta situación no quede firme?

La movilización del otro día en Plaza de Mayo fue muy importante (teniendo en cuenta el horario, que no participaron los gremios más importantes, que no había paro), pero el mensaje que quedó (incluso pronunciado por la misma Cristina Kirchner) dejó la idea de un tono muy electoral (o electoralista) y de tiempos largos. “Vamos a volver” fue la consigna en vez de “no vamos a parar hasta derrotar la proscripción y el plan de Milei”, para decir algo.

Ahí se ven los límites de una estrategia o un camino que lleva a dilapidar toda la fuerza que se expresó en la Plaza (y que se viene expresando en muchos conflictos) que sería un buen punto de partida para derrotar la proscripción.

Hagamos un ejercicio lógico para que se entienda el planteo: si la medida avasalla las libertades democráticas como no había sucedido por lo menos desde 1983 y es muy grave, la respuesta no puede ser meramente electoral; si la respuesta y la propuesta es puramente electoral quiere decir que la medida no es tan grave. Puede quedar como precedente y “hay tiempo” para una espera pasiva hasta que el plan Milei “se caiga”. “Este modelo que encara Milei se cae porque es insostenible en términos económicos”, dijo CFK.

Ahí hay otro punto de debate. Muchas veces en la izquierda se han tenido discusiones similares con una corriente de ideas conocida como “derrumbista” o “colapsista” ¿Qué decían? Decían que las contradicciones del capitalismo lo conducían al derrumbe y sólo quedaba esperar que se “caiga” por uno u otro medio para que llegue nuestra hora.

Obviamente no fue ni es así. Ni el capitalismo ni el plan Milei “se caen” por sí mismos (el capitalismo lo ha demostrado largamente), eso depende de la lucha. Es más, no está descartado históricamente, incluso, que Milei se asiente como proyecto reaccionario, aunque sea por un tiempo y aunque tenga agudas contradicciones.

Pero además de una cuestión de análisis, hay una obligación política (y hasta moral) ¿Por qué permitir que siga con su plan liberticida, que siga destruyendo todo? Es necesario derrotar a este proyecto aquí y ahora. Con más razón cuando a las fuerzas de oposición social que se venían expresando desde antes (en centenares de conflictos) ahora se agrega una masa de personas que están contra la proscripción política.

Claro, todo esto a excepción de que el razonamiento implícito no sea que “hay que dejar que Milei cumpla su tarea” y luego de un recambio electoral se proponga una “reconstrucción”, pero sobre la base de un país reseteado por los libertarianos.

Partiendo de la base de que muchos rechazamos (sin condiciones) la proscripción, sin peros y llamando a las cosas por su nombre, creo que estas son las discusiones que hay que encarar con las personas con las que compartimos las calles contra el fallo y, sobre todo, con aquellos que quieren discutir contra ese signo de época y pretenden volver a unir las palabras y las cosas.

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